JOSÉ SBARRA – EL LAMENTO DE LOS SOBREVIVIENTES – 1975

 

“Esta es la verdad que nos parece, sin embargo,

el error, pero que es cierta justamente porque

sucede que es el error. En cuanto a la prueba,

no soy yo, sino la historia, cuando termine, la

que la proporcionará”.

Hegel

I

Esta tristeza que nos llega con la tarde ya es moneda corriente, viene desde lejos (quizás desde nuestra infancia) a recordarnos que somos los elegidos para quienes fue reservado el dolor de las horas.

¿Qué haremos con los inviernos que restan?

Con nuestra piel arrugada y los ojos vidriosos,

con las lagrimas que rodarán por las solapas gastadas,

con el frío de la vida que se alarga como las sombras de la tarde.

¿Qué haremos que no sea parir dolor?

¿engendrar monstruos perseguidores de nuestra propia hipocresía?

¿Qué haremos con estas vigilias interminables e infecundas,

con nuestros sueños hartos de derrotas?

¿Qué haremos con los hijos que no tuvimos?

¿A dónde iremos a dar con nuestra sangre sucia?

¿Habrá algún sitio para los solitarios,

para los que no compusimos sinfonías,

para los que no supimos hacer estallar en colores nuestra tristeza?

Para los que no hicimos concesiones,

para los empecinados,

para los que pretendimos el todo, la libertad absoluta y

nos quedamos con el ardor de la nada.

¿Habrá piedad para los que jugamos a cara o ceca

y perdimos?

¿A dónde iremos los que olvidamos sonreír en el momento necesario;

los que no supimos retroceder

cuando retroceder significaba avanzar?

¿Dónde acabaremos los que nunca fuimos inocentes?

¿Quién se apiadara de los desesperanzados

cuando todo haya concluido

y hoy mismo

y esta misma tarde

y en este tedioso instante

quien golpeara la puerta para traer algo

que no sea indiferencia,

desprecio por nosotros,

asco de nuestras caras

o la boleta del gas?

¿En que infierno acabaremos los equivocados,

los que no fuimos genios,

los que no fuimos dioses,

los que sobrevivimos de prestado?

que conocimos la luz y nos detuvimos a jugar con las sombras?

¿Qué será de los vencidos ilesos?

¿Qué será de los fracasados,

de los que no recibimos una bofetada a tiempo o la tuvimos

pero nadie se acerco a consolarnos?

¿Habrá un sol, una playa, un mar, un cielo nuevos

para los desertores del rebaño que nos estrellamos las

narices contra las piedras pero no nos atrevimos a regresar?

¿Qué será de los que lloramos a escondidas?

¿Habrá algún premio para los que quisimos volar más

alto y no triunfamos? (pero nos defendimos a gritos

cuando dijeron que era soberbia).

¿Viviremos mucho tiempo más intercambiando caretas con nuestros fantasmas?

¿Habrá piedad para los que escuchamos a todos y no entendimos a nadie;

para los que la soledad no nos dio un jaque de muerte

ni el amor nos dio un golpe de vida?

¿Qué haremos con este silencio insultante,

con los espejos injuriosos?

¿Y que haremos con los soles nuevos? ¿continuaremos

interponiendo las persianas atávicas?

¿Habrá ternura para los desarraigados,

para quienes el futuro es una palabra sin sentido,

para los que descubrieron con espanto que el amor es lo mejor pero no alcanza?

¿Quién nos mirará con ojos que no sean de misericordia o benevolencia?

¿Qué haremos con nuestros amaneceres abúlicos?

¿no cesaremos nunca de dejarnos caer de la cama,

de quedarnos acostados en el piso,

enredados aún en las sábanas,

mirando puntos en el techo,

recitando poemas atribulados,

cantando sambas tristes como “la añera”?

¿Seguiremos asomándonos a la ventana,

contando personas de a dos en dos,

mirando paraguas los días de lluvia?

¿Hasta cuándo viviremos parapetados en los rincones oscuros, con la soledad como una enfermedad contagiosa?

¿Hasta cuando nos aferraremos a las tinieblas como arañas?

¿Habrá algún sitio para los que no fuimos escuchados,

para los que no supimos gritar,

para los que no tuvimos la respuesta del eco

en la montaña de los hombres?

¿A qué sitio iremos a dar con nuestros pocos dientes y

nuestros pocos pelos que no sea de podredumbre y

silencio?

Tanta sangre enloquecida y caliente,

tantos sueños,

tanto pudor innecesario,

tanto error

y después tanto arrepentimiento

para ser cenizas,

barro inútil,

cauces desolados, ahítos de piedras y de olvido.

(¿O tendrá mejores matices la muerte de los muertos?)

Tantos deseos de partir,

de abandonar esta casa,

de dejar esta suerte,

de dejarse a uno mismo…

¿Cuándo gritaremos ese ¡ahora!, ¡ahora!, ¡ahora!,

hasta que se descuelguen los retratos de todos los museos,

hasta derribar esta casa,

hasta sepultar nuestros espectros,

hasta apostatar de este despiadado ocultamiento?

¡Cuántas palabras más encerradas que nosotros mismos!

cuántas caricias puras dentro de la piel,

cuantos sonidos de amor en silencio,

(cómo ensucia al sentimiento el acto)

cuanto daño padecido

(cómo defrauda a la intención el gesto)

y cuanto nos queda por padecer todavía.

¿Cómo recuperaremos el tiempo que se nos fue esperando?

¿Cómo responderemos ahora a todo aquello que no respondimos?

¿Qué ilusión podrá resistir a nuestro cansancio?

¿Qué respuestas encontraremos en las paredes?

¿Qué plegaria rezar que no contenga mentiras?

¿Qué sueño soñaremos los que nos nutrimos de letargos?

¿Qué canción entonaremos que no evoque los deseos irrealizables, los intentos fútiles?

¿Ante que Dios nos arrodillaremos los que no aprendimos a rendir pleitesía?

¿Hasta cuando soportaremos los relojes que marcan y fustigan los rostros, las horas de mármol y acero?

Los sobrevivientes estamos condenados a respirar entre los muertos,

a tocarlos con nuestras sombras innocuas.

En esta casa muda ¿qué móvil existirá que nos despierte?

ya acostumbrados a esperar el porvenir y siempre

desesperando en cada instante.

Apoyados en los alféizares, con los ojos irritados, con

las manos mortecinas, mirando octubres o eneros en la calle. Y los jóvenes, la belleza, los niños, los frutos, el amor afuera…

¿De que simiente surgimos los infinitamente deshabitados?

¿Qué oráculo inexorable predijo nuestro desierto?

¿En que juego de la infancia apostamos la inocencia?

¿En que rayuela perdimos la esperanza

y en que escondida aprendimos a sufrir?

Para los sobrevivientes no hay presencia concreta

que sirva de compañía,

apenas y a veces hay estériles vanaglorias de arte

a simulaciones de locura envasable y vendible.

El triunfo nos destruye (quizás la verdad en estado puro

se halle únicamente en la desolación y el fracaso).

Un sobreviviente para otro es siempre un espejismo.

 

II

Todavía no hemos nacido.

Esta no puede ser la vida,

es todo mentira; este no es el mundo,

esta no es la gente.

Nuestra madre no ha dado a luz,

eso es todo, una confusión.

Creímos que habíamos nacido pero no,

todavía no nacimos.

Esta es otra etapa de la gestación

y este mundo no es más que otro vientre

previo a la Luz.

No puede ser que esta sea la vida:

hubo un error, un cambio de títulos,

interpretaron mal el calendario

y esta no es la vida.

Sí, es eso, Hubo un error. ¡Uf!

¡qué alivio! creímos que nadie nos amaba

pero lo que sucede es que todavía no hemos nacido.

 

III

…Y si todo es vastedad solitaria y en la calle no se encuentran las caricias que hagan menos amargo este derrotero hacia la muerte.

…Y si nos engañamos unos a otros creyéndonos propietarios de nuestro destino.

…Y si todo es un construir ilusiones en la soledad y un derrumbe inevitable en el acercamiento hacia los otros.

…Y si la esperanza es apenas el seguro que detiene al gatillo.

…Y si la razón insaciable no encuentra nunca su verdad definitiva.

…Y si no podemos meditar porque la pasión es una herida que exige sanarse y el amor una culpa que reclama su remisión.

…Y si lo que nos propusimos ser cuando soñar tenìa sentido ya lo hemos olvidado.

…Y si los hombres continúan siendo idiotas que se afilian a bandas asesinas, a partidos políticos o a escuelas militares

¿a quién puede ocurrírsele creer en la humanidad?

…Y si Dios no da señales de vida

¿en qué podemos creer?

 

Te veo, hermanita, cuando vivías separada de mí,

cuando todavía no habíamos descubierto que éramos

iguales: clandestinos, marginados.

Cuando no sabíamos que para los dos

estaba prohibida la emigración hacia el país de la felicidad.

 

Te veo tomando sol en la cubierta del «Eugenio C»

con tu indiferencia a lo cotidiano,

con tu cigarrera florentina,

con tus juicios dicotomistas,

con tu cuerpo de junco dorándose poco a poco.

 

Te veo contando cuentos obscenos en el retiro espiritual

con las otras muchachas,

midiendo cada una de las palabras, cada uno de los gestos

del curita joven que les habla y les teme.

 

Te veo en el café donde sorprendí tus secretos

de virgen enana,

de infanta milenaria.

¿Para qué ganar la verdad si para ganarla hay que perder la vida?

¿Por qué no llorás como las otras mujeres?

 

Te veo reemplazando al amor por tus gatos siameses,

en un juego sutil y delicado.

 

Te veo lejos pero te presiento cerca

y descubro

que hay algo particular en tu manera de partir

y en tu manera de quedarte

Hay algo que no debería…

hay algo de astro, que, pudiendo hacerlo, no impidió su caída.

Hay algo de pluma y

algo de acero.

Hay algo que se quedó en las clases de danza,

en las partituras para piano,

en las lecciones de ingles,

y en las ausencias destructoras al recreo de la infancia,

Hay ago de perfección macabra,

hay algo de apresuramiento deliberado hacia la muerte.

Hay algo en tu expresión de libro caro con las paginas en blanco.

Hay algo en tus pechos que no se estrellaron en la

exaltación extrema de ninguna pasión,

en tu pelo que languidece sin el beso de un amante ingenuo.

Hay tanto en tu cerebro que los tontos te admiran

y está tan vacía tu alma que me apena.

Hay un sueño imposible de muñecas destrozadas,

de malas palabras a mamá desde el baño,

de muchachitos abrazados en el picnic de la primavera,

de gatos dentro de tu piano.

Hay algo de oveja seducida por el pastor invisible.

Hay algo de ángeles calvos.

Hay algo de ángeles en sillones de ruedas,

hay algo de criatura que murió al nacer,

hay algo de criatura muerta

y aún así

hay algo que también es verde más allá de tus ojos.

3 comentarios en “JOSÉ SBARRA – EL LAMENTO DE LOS SOBREVIVIENTES – 1975

Deja un comentario